CRÓNICAS DE UN REPORTERO POLICÍACO
Por: René Martínez
El Explosivo
Ya hacía tiempo que no se tenía noticia de un asalto bancario, que fueron tan populares en el área metropolitana y, que mantenían en guardia constante a las corporaciones policiales.
Un sistema moderno de vigilancia combinada, que permitía la interacción de policías estatales, federales y corporaciones diversas de policía privada implementado en los años ochenta, había dado como resultado la casi extinción de este tipo de delitos.
El caso es que por años no se tenía reporte de algún delito de esa naturaleza, que generalmente ocurrían inmediatamente después de la apertura de las sucursales bancarias.
El plan policial había dado frutos y esos casos dejaron de preocupar a las autoridades.
De repente en horas del mediodía se pudo saber. Había ocurrido un robo bancario esta vez en una sucursal ubicada en la colonia Obispado.
En lo personal nunca había escuchado de un robo bancario en ese lugar. Los delincuentes que realizaban estos delitos lo hacían en el centro de la ciudad aprovechando la cantidad de gente que existe en estas calles y la rápida vialidad de algunas avenidas para organizar su escape.
Sin embargo, los periodistas también pudimos enterarnos de lo ocurrido y acudimos al lugar para tomar algunas fotografías y de ser posible recabar algunos datos extra de los que usualmente proporciona la policía si podíamos ubicar algún testigo de los hechos.
Cuando llegué al lugar era imposible aproximarse.
Una fila de policías había realizado un cordón de seguridad a poco más de cien metros de la puerta principal de la sucursal bancaria y no se le permitía a nadie acercarse; ni policías, ni personas civiles de ninguna corporación, la sucursal estaba totalmente bloqueada desde una razonable distancia.
Procedí a tomar algunas fotografías del circulo policial que rodeaba la institución, cosa que era algo nuevo para mí dentro del procedimiento que estaba acostumbrado a presenciar cuando acudía a un lugar donde había sido cometido un robo.
No nos dejaban entrar nunca al banco, ni entrevistar al personal, se podía tomar fotografías de lejos y luego esperar a la versión oficial de un vocero de la policía que nos informaba los pormenores del caso y las fotos eran de la llegada de patrullas y el gerente declarando, así como los testigos, si acaso y con eso se ilustraba la nota.
Eso era suficiente o lo fue durante años, nada de cerco policiaco a una distancia de más de una cuadra.
Algo inusual estaba ocurriendo.
Los policías no estaban dentro de la sucursal tampoco, ni se aproximaban a ella, se mantenían en el cerco esperando instrucciones.
Los minutos pasaban y nadie se aproximaba, no sabíamos que estaba ocurriendo y los policías no hablaban de ello tampoco.
De repente arribó hasta donde estábamos una patrulla de la policía ministerial, en la que viajaba un pequeño grupo de agentes, pero solo uno de ellos bajó del vehículo.
Me pareció extraño pero lo reconocí de inmediato, era el especialista de la policía en explosivos de apellido Carillo.
Caminó hasta el frente de la sucursal y observó la puerta detenidamente.
Luego pidió a sus compañeros le fuera acercada una tina llena de agua.
De inmediato le fue proporcionada la tina la cual puso al pie de la puerta a la que se acercó muy lentamente.
Desde donde yo me encontraba no se apreciaba la maniobra que haría el especialista de explosivos, pero bastaba su presencia para admitir que podría tratarse de algo serio.
Pronto lo vimos alzar una mano y llamar a uno de los comandantes a que se acercara al lugar.
Luego se nos permitió acercar a todos y en lo personal pude lograr algunas buenas fotografías de la puerta de la sucursal bancaria.
Uno de los jefes policiales a cargo de la situación nos pidió que todos nos retirásemos del lugar ya que habría una conferencia de prensa en el edificio de la policía para informar a detalle de lo ocurrido.
Y de esto fue de lo que se nos informó. El robo fue consumado por una persona de sexo masculino no mayor de treinta años.
Había entrado solo a la sucursal, y entregó un recado a la cajera pidiendo que le fuera entregado todo el dinero, pero en el mismo recado decía que instalaría un potente explosivo en la puerta del banco por si alguien intentaba entrar o salir de la institución mientras que el hacía su escape.
A la puerta de la institución justo en el lugar en que se juntan dos puertas de vidrio que permiten el acceso por el frente tanto al personal como el público había atado con alambres de cobre una caja.
A decir del ladrón si la caja era tocada o movida se produciría una fuerte explosión que podría lesionar o matar al personal del banco y a los clientes o policías que se hallaran cerca.
Por eso el cerco a cuadra y media de distancia y el evitar que alguien se acercara al lugar.
Claro que por eso fue llamado el experto, quien luego de varios minutos de examinar la caja pudo determinar que esta se encontraba vacía.
Solo dos alambres de cobre que salían del interior de la caja habían bastado como arma para realizar el robo.
Baste saber que el dinero no fue recuperado ni el ladrón detenido. O al menos nunca supimos más del asunto.
Lo cierto es que desde entonces dejaron de ocurrir los robos a bancos en el área metropolitana, quizá porque producían un monto pequeño de ganancia contra los más de diez años de cárcel que tendría que pasar un asaltante en caso de ser detenido.