EL CASO DEL PINTOR PROTEGIDO
Crónicas de un reportero policíaco
Por: Rene Martínez
La gente que se encuentra viviendo la tercera edad y vivió su juventud en la ciudad de Monterrey tal vez lo vio alguna vez, en lo que fue el paseo tradicional de la Alameda Central. Alameda que no tenía por cierto ningún álamo, pero sí contaba con grandes arboledas y donde había sombra, pequeños restaurantes con precios populares en una de sus esquinas al lado norte y los domingos estaba llena de paseantes de la clase humilde.
Era tradicionalmente eso, un lugar para ir en familia a caminar un poco y si la gente contaba con algo de presupuesto podía conseguir alimentos tanto en la esquina referida como en una serie de fondas que luego se instalaron en la acera del lado sur y que, por disposición municipal de uno de tantos alcaldes, también desaparecieron.
En el centro de la alameda, se hallaba una biblioteca con un andador que llegaba hasta la banqueta del lado norte y afuera de la biblioteca, en las bancas que se hallaban instaladas por todo el corredor, se podía escuchar todo el día la música de Gabilondo Soler, mejor conocido por los niños de entonces como Cri Cri.
No solo era el paseo obligado de las jóvenes humildes que llegaban de otros estados buscando trabajo donde fuera hasta en aseo de casa, pero ellas ahí se reunían, al igual que los lavacoches que ofrecían sus servicios a los autos que se estacionaban frente a las aceras laterales del paseo, ya que en muchos lugares no había ni parquímetros.
Cuando me tocó ser estudiante de preparatoria, el lugar me gustaba para acudir a repasar las lecciones recibidas y hasta para hacer las tareas, pues no pagaba nada por estar en la banca ocupado en estas labores.
Fue entonces cuando lo vi por vez primera.
Era un personaje de caricatura; su forma de vestirse, seguramente diseñada por él, fue tomada de alguna película vieja o definitivamente una caricatura.
Era de piel morena, rostro afilado, un tanto narizón, pero cuando lo observé aún era joven, llevaba siempre puesto un chaleco negro, una boina que le ocultaba el pelo, que usaba corto y los bucles que se le formaban en la cabellera.
De calzado traía siempre un par de botines color negro y después del mediodía siempre estaba ahí.
Entre las pertenencias que cargaba estaba un caballete de pintor, un cuadro de pintura al óleo a medio hacer la paleta de pinturas de óleo y un bote con pinceles.
Y claro, la gente que paseaba lo observaba un rato pintando aquel cuadro de paisaje al que daba una pincelada cada media hora y que se pasaba la mayor parte del tiempo solo observando y ahora creo que hasta las pinceladas eran falsas.
Un día llegó la denuncia de una joven a la policía estatal.
Una jovencita había caído en la magia ejercida por el pintor y se había observado a ver la obra, era una joven humilde y el hombre ya de mediana edad le entabló plática que según ella fue de esta manera.
“¿Te gusta la pintura?, Eres joven y muy bonita, Yo te puedo hacer modelo al pintarte en mis cuadros”
“Y no te cobro nada, serás famosa y quizá hasta te contraten para salir en la televisión y hasta en novelas, pero primero tengo que hacerte varios cuadros, para hacerte famosa, y no te voy a cobrar nada, solo tienes que posar para los cuadros”.
Ese era su “modus operandi” Las convencía de ir a su estudio, para evitar la vista de la gente y las interrupciones y las llevaba al lugar donde poco a poco las convencía de que se fueran quitando una a una las prendas de ropa.
En la soledad de su domicilio, conseguía su objetivo al convencer a las jóvenes, una y otra vez, pero en lugar de hacerles una pintura, conforme se iban quitando las prendas de ropa, las v10laba por la fuerza, y por la noche las llevaba a un lugar oscuro y apartado del centro de la ciudad y ahí las dejaba ultrajadas y abandonadas.
Afuera del edificio de la policía estatal, que se hallaba en la calle Venustiano Carranza, vi llegar a una joven que aún no era mayor de edad.
No tenía familiares en la ciudad y había llegado hace poco tiempo a trabajar en una casa del centro de la ciudad y acostumbraba ir a pasear a la alameda central.
Ahí fue engañada por el pintor para acudir a su estudio, el mismo cuento referido, y luego ultr4jad4 pero con la diferencia que, además había sido golpeada, ella se atrevió a ir a la jefatura de policía para interponer la denuncia, y como no estaba segura de donde era el lugar y yo estaba ahí afuera haciendo mi trabajo periodístico, me pidió que la orientara y con mucha vergüenza me relató lo ocurrido al momento en que yo le indicaba cómo proceder.
De inmediato pedí audiencia con el director de la Policía Estatal y cuando el hombre me recibió, le expliqué lo que había pasado con la joven y confirmó con el comandante de turno que ya se dirigían con la joven afectada hacia la alameda en busca del pintor.
Muchos temas acudieron a mi pensamiento, lo había visto en el lugar por décadas. ¿A cuántas jóvenes había llevado a su casa para hacerles una pintura con la promesa de darles fama?… ¿A cuántas muchachas humildes y trabajadoras había ultr4jad0? Sentí mucha rabia, se veía como un artista inocente.
Unos minutos más y llegó la patrulla con el pintor detenido, lo pararon frente a la pared para revisarlo que no cargara drogas, ni armas; lo cual aproveché para tomar fotografías de esto, y esperé a que lo llevaran ante el juez calificador y lo llevaran a celdas preventivas.
Pensé en más tarde hablar con el presunto v10lad0r para ver que me decía el infeliz. Aún era muy temprano para ir al periódico a escribir y decidí continuar recabando información, pero en otros lugares donde iba a diario.
Unas horas más tarde cuando estaba a punto de anochecer y yo de irme al periódico a escribir.
Entonces me acorde del falso pintor acusado de violación y regresé a la calle Venustiano, para caminar rumbo a la calle Constitución para entrevistar al detenido.
Al pedir hablar con él al custodio de celdas me dijo lo siguiente, “¿cuál pintor? lo trajeron cuando yo andaba en la comida y lo internaron en celdas, pero cuando yo regresé de comer, ya había salido libre”.
Entonces me dirigí al director y lo interrogué sobre el caso, y me dijo: “no hubo ninguna acusación formal, fue detenido de manera preventiva por la queja de una damita, pero ella retiró sus dichos contra el tipo y por eso recuperó la libertad, no hay de qué acusarlo”.
Guardé silencio, tampoco había registro de su dirección ni nombre oficialmente, ni la detención quedó asentada en los archivos policiacos.
Pensé en muchas cosas, tenía muchas preguntas, ¿por qué el caso no fue turnado a la policía investigadora del Estado?, ¿por qué no se ordenó examen médico a la joven denunciante?, ¿Porque fue dejado en libertad casi de inmediato si se podía presumir que había otros hechos similares? Yo tenía fotos de su detención, pero sabía que no se le había acusado de nada. No podía publicar.
Pasaron semanas, me asaltaban las dudas, luego le confié a un policía viejo lo que pasaba, y me dijo, estas cosas; “Eres periodista, pero estas muy joven, entre la gente adulta, profesionistas y más los jefes de policía y políticos existen organizaciones privadas, entre las que juran ayudarse y protegerse entre ellos”
Me explicó que son varias las organizaciones de este tipo que operan a todas luces ante la ciudadanía como ciudadanos respetables. De esta forma, según dijo, llegan a ser jefes de policía y hasta alcaldes. “Son organizaciones que manipulan el poder, se cuidan entre ellos y también pertenecen a estas, hasta algunos pintores”.
Guardé silencio, tenía razón, yo era muy joven, me faltaba experiencia en la vida y algunas semanas después pude ver al pintor que fingía hacer un cuadro, parado en el lado de la acera norte de la Alameda, donde lo había visto operar por décadas. Me alejé en silencio, meditando. Yo nunca pertenecería a ninguna organización social que me ofreciera protegerme y me pidiera proteger y ayudar a cada uno de ellos.
Y seguí caminando por las calles del centro de la ciudad y meditando.