abril 19, 2025 9:42 am
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CRÓNICAS DE UN REPORTERO POLICÍACO

CRÓNICAS DE UN REPORTERO POLICÍACO

EL SALVADOREÑO

Por: René Martínez

Muy poca gente le ponía atención a lo que ocurría en los denominados «patios» de lo que fue Ferrocarriles Nacionales de México, esto debido a que eran terrenos federales por ser el organismo una paraestatal hace años, antes de ser vendida por el gobierno a una empresa extranjera.

De hecho, los vigilantes de las vías eran considerados empleados federales y por lo tanto pertenecían a esa elite de la policía ya que recibían capacitación especial para ocupar cada puesto,

Tenían que saber por ejemplo que hasta los clavos que sujetaban las vías eran propiedad del gobierno y una persona que recogiera uno de ellos al lado de las vías cometía con este acto el delito de robo a la nación.

Que por cierto eran clavos de considerable tamaño de hierro y bastante pesados.

El caso es que la mayor parte del considerado «patio» ferroviario, era un amplio espacio donde esperaban su turno convoyes completos de furgones ferroviarios para ser utilizados. estos lugares existían en cada ciudad donde había una terminal de trenes y el espacio variaba según la frecuencia con que los trenes pasaran por la estación lo cual normaba su tamaño con diferencia en hectáreas si eran comparados.

Solitarios y con poca vigilancia, y muchas veces llenos estos espacios con furgones vacíos durante largo tiempo.

Uno de estos espacios en Monterrey se halla ubicado a un costado de la colonia Garza Nieto y fue ahí donde ocurrió la historia desgarradora que ahora relatamos, a principios de la década de los años ochenta.

Algo que estremecería a toda la sociedad regiomontana durante largo tiempo y motivado por el descuido y el olvido en que se encontraba la zona y ante la imposibilidad de las policías estatal, o municipal de vigilar la zona por tratarse de competencia únicamente federal que era muy poca o casi nula.

Se despreciaba el hecho de que muchas personas de origen sudamericano utilizan los trenes para viajar gratis por todo el país buscando la frontera con los Estados Unidos en su intento de cumplir el famoso «sueño americano» y muchas veces el personal que labora en los convoyes ferroviarios no logra detectarlos en su labor de vigilancia pues se esconden entre los carros ferroviarios.

A bordo de uno de estos vagones viajaba el salvadoreño, cuyo nombre no vale ni la pena mencionar, de más de veinte años de edad y de mala apariencia, con la ropa y el cuerpo sucios por la falta de aseo ocasionada por los días de viaje clandestino oculto en uno de los vagones.

Este convoy ferroviario atinó a pararse en los patios de ferrocarriles ubicados frente a la colonia Garza Nieto para ser incorporado posteriormente con carga pues los furgones estaban vacíos.

Fue así como este hombre quedó varado durante varios días en el lugar cuando menos lo esperaba y momentáneamente fuera frenado su viaje hacia la frontera norte del país.

Así que de esta forma el salvadoreño decidió salir a caminar y ver los alrededores de la ciudad al fin y al cabo podría regresar en cualquier momento a introducirse de nuevo a cualquier vagón de los muchos que había, en busca de continuar su viaje clandestino pero gratuito.

Mientras tanto sobre la banqueta de la cuadra, donde se hallaba su casa, una niña de cuatro años jugaba sola sin vigilancia de sus padres o hermanos mayores, pues todos los vecinos de la colonia se conocían entre ellos y había confianza para que la niña pudiera jugar ahí pues era una zona segura y de poco ningún tráfico vehicular.

Ahí se originó la estremecedora historia… El vagabundo salvadoreño, de escasa educación y poco entender pasó por donde se hallaba la niña y simplemente la tomó de la mano y siguió caminando con ella en su camino de regreso a los furgones ferroviarios.

La llevó hasta dentro de uno de ellos y allí la desvistió, abusó de ella, y posteriormente la privó de la vida para silenciar su llanto para siempre.

El acto fue consumado en pocos minutos, pero la madre de la pequeña al no escuchar ruido alguno salió a buscarla frente a la puerta de su casa y al no verla llamó a los vecinos que se unieron a su búsqueda mientras era solicitada la intervención de la policía investigadora.

Horas después, el cadáver de la pequeña fue encontrado en el interior de uno de los vagones ferroviarios ya sin vida y con huellas de las lesiones de que había sido víctima en su pequeño cuerpo inerte.

No llevó mucho tiempo a los agentes investigadores la detención del responsable de estos criminales actos que fue detenido y confesó de inmediato los hechos en que había incurrido.

El homicida, abusador, fue presentado a los medios de comunicación en una lúgubre rueda de prensa de la policía.

La única pregunta que se le hizo por parte de uno de los reporteros fue esta: ¿Tu fuiste? a lo cual respondió una sola palabra: «Sí»…

No hubo más preguntas, pues a nadie le interesaba escuchar lo que dijera, y fue conducido a celdas.

Me tocó estar ahí en esa ocasión, y escribir la historia para uno de los periódicos de mayor circulación en la ciudad.

Quedó a disposición de la agencia del Ministerio Público plenamente confeso de los delitos cometidos, para que luego fuera el caso turnado a los juzgados y el salvadoreño enviado a prisión.

Le fue impuesta una sanción de más de veinte años de cárcel por la acumulación de los delitos que cometió y fue encerrado en la prisión.

Poco más de una década después fui comisionado temporalmente a cubrir la información de los procesos en los Juzgados y en lo noticioso en la penitenciaría.

Y fue ahí en los pasillos del edificio de juzgados donde recordé el caso.

Pasé al interior del penal y solicité al reo homicida y abusador para entrevistarlo y los oficiales custodios del penal procedieron a traerlo fuertemente vigilado ante mi presencia.

Primero que nada, lo llamé por su nombre y quedó en silencio, con la mirada extraviada. La segunda pregunta fue si sabía por qué se encontraba preso, y el silencio fue su respuesta y la misma mirada extraviada.

Pregunté a los celadores que pasaba, o si se hallaba bajo el influjo de algún somnífero y esta fue su respuesta: – No, éste es su estado natural y luego me explicaron: cuando los reos se enteraron del crimen cometido por el salvadoreño, esperaron a que se hallara solitario en los patios de la prisión.

En esos momentos, alejado de los guardias, lo atacaron en masa, lo golpearon, y posteriormente se turnaron para abusarlo.

Hubo de ser atendido de las lesiones en la enfermería del Penal, pero iba empezando su martirio.

Una y otra vez los hechos se repitieron, le destrozaban la ropa, era golpeado y ultrajado por grupos de internos en el Penal constantemente.

Así fue como perdió parcialmente la razón y los guardias me explicaron: » No está loco» solamente muy afectado por estos hechos.

Le tomé una serie de fotografías y procedí a salir del lugar para acudir a la sala de redacción del periódico y escribir la historia.

Comentarios: Rmart57@gmail.com

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