¿POR QUÉ FRACASAN LOS PAÍSES?
Por: Edilberto Cervantes Galván
Ex-Secretario de Educación en N.L.
Hace unas semanas, tres economistas afiliados a universidades norteamericanas recibieron el Premio Nobel de Economía 2024. La distinción se les otorgó por sus estudios sobre “cómo se forman las instituciones y cómo éstas afectan la prosperidad en los países”.
Mientras que para el pensamiento convencional la economía se comporta conforme a “leyes” ya establecidas (mercado, oferta, demanda, precios) para la teoría de las instituciones las economías se comportan dependiendo de las “características y calidad” de las instituciones y cómo éstas evolucionan.
Las instituciones se constituyen como las reglas de juego de la sociedad y por ello condicionan el comportamiento humano. Se podría decir que la teoría de las instituciones considera que la eficiencia económica depende de la “calidad” de las instituciones.
Los tres autores (Acemoglu, Robinson y Jhonson) publicaron, en el año 2000, un artículo: “resultado de una investigación empírica” sobre lo que denominan los orígenes coloniales del desarrollo comparado. Se refieren a la forma en la que los europeos invadieron diversas partes del Mundo (España invadió América Latina; Inglaterra invadió América del Norte, Australia, Nueva Zelanda, la India, etcétera; Portugal invadió el África y el Sudeste asiático; Bélgica invadió el Congo) y muestran cómo la colonización se estableció y desarrolló de manera diferente. El modo de la colonización ha sido un factor que ha influido en la evolución posterior de dichos países.
En América Latina, el invasor español estableció un colonialismo “extractivo”: disponiendo de las tierras y de las poblaciones originarias, ubicándolas en “encomiendas”, en las que los españoles peninsulares se convirtieron en dueños y señores por voluntad de la Corona: venían por el oro y la plata. No les interesaba cultivar la tierra o desarrollar otras actividades productivas. Una sociedad basada en la explotación de los pueblos indígenas y la creación de monopolios.
La ocupación en Norteamérica por parte de los ingleses se le adjudicó en principio a una empresa: la Virginia Company. La Compañia se asumía dueña de la tierra e intentó seguir el “modelo colonial español”; pero en el territorio no había oro ni plata y la población indígena era escasa. Así que después de intentos fallidos, decidieron que tendrían que traer población con habilidades, artes y oficios, para realizar actividades productivas y repartir la tierra entre los “colonos”. La distribución de la tierra se realizó conforme a una Ley de asentamientos rurales. Los dueños de las tierras conformaron una Asamblea General y eran los únicos que participaban en la toma de decisiones.
Estas diferencias en el proceso de colonización tendrán repercusiones en el desarrollo de las actividades productivas, en el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios, el desarrollo de instituciones sociales y políticas subordinadas o no a las casas reales europeas.
Para los autores, el régimen colonial fue la base que caracterizó la evolución posterior de las colonias españolas latinoamericanas y las colonias inglesas en los Estados Unidos. La ocupación que los ingleses realizaron en Australia, África y Asia, no fue similar a la que se planteó en los ahora Estados Unidos. En todos lados sometieron a las poblaciones originarias (donde las había) imponiendo dominio militar y jurídico. Los otros países europeos colonialistas actuaron de la misma manera.
Una “institución” que se desarrolló con el colonialismo europeo, sobre todo en África, fue la del esclavismo. Es un tema que no recibe mayor atención de los autores, pero que significó un proceso social degradante al hacer de la libertad humana un asunto de negocio. En este negocio participaban las “empresas” inglesas y las élites dominantes en los países africanos. Para castigar casi cualquier delito se imponía como castigo la esclavitud. Este “comercio” llegó a involucrar a millones de africanos. Curiosamente, los autores al plantear el desarrollo económico en los Estados Unidos no reconocen mayor significación al régimen esclavista que se desarrolló por décadas en los estados sureños. Tampoco hacen referencia a los efectos de la cultura racista que se evidencia hasta la fecha.
Johnson afirma que la innovación tecnológica no conlleva de forma sistemática mejoras sociales, ya que los beneficios que genera suelen ir a parar en las manos de pequeñas élites. El razonamiento parece válido, pero, los países que tienen la protección de las patentes para sus innovadores, logran una ventaja por sobre los países que no desarrollan la capacidad de innovación. La producción industrial en los países no innovadores tiene un costo adicional por el pago de regalías a los dueños de esas tecnologías.
Para los autores no son los factores culturales, ni los geográficos, ni los ambientales, los que influyen de manera determinante en el proceso de desarrollo. Llegan a afirmar que todo es una cuestión política: el proceso político es el que crea la estructura económica de las sociedades y hace que estas evolucionen de distinta forma. Al referirse a México, destacan la inestabilidad política que se vivió después de la Independencia a lo largo del siglo XIX, como una continuación de las políticas de la colonia: favorecer a una minoría.
Los premios Nobel distinguen entre “instituciones inclusivas” e “instituciones exclusivas”. Las primeras generan un mayor impacto positivo en la sociedad y las segundas sólo favorecen a una minoría. Señalan que las instituciones no se desarrollan de la misma forma y que son factores casuísticos los que determinan esa evolución.
Las “instituciones, económicas y políticas son reglas impuestas por el Estado y los ciudadanos”. Las instituciones económicas dan forma a los incentivos económicos. Las instituciones políticas determinan la capacidad de los ciudadanos para controlar a los políticos. Los países ricos son ricos porque han aplicado mejores políticas.
Resulta de interés, para el actual proceso político en México, el relato que hacen los autores de la situación que se presentó en los Estados Unidos en los años treinta del siglo pasado. En medio de la depresión económica, el Presidente Roosevelt promovió una serie de leyes (el New Deal se le llamó) para alentar la recuperación económica. Algunas de esas leyes “significaban problemas constitucionales”, mismas que terminaron en la Suprema Corte. Ante el diferendo con la Corte, Roosevelt señaló que la Constitución de los Estados Unidos de América no había otorgado al tribunal supremo el derecho a cuestionar la constitucionalidad de la legislación, sino que éste había asumido ese papel en 1803. “En los últimos cuatro años la regla básica de dar a los estatutos el beneficio de toda duda razonable ha sido abandonada. El Tribunal no ha estado actuando como cuerpo judicial, sino como cuerpo legislativo”. El único método para cambiar esta situación, planteó el Presidente, es inyectar sangre nueva a todos los tribunales, que todos los jueces se tengan que retirar a los 70 años y que a él le otorgaran facultades para nombrar seis nuevos jueces (p. 383).
En general, el análisis de los autores se centra en tratar de explicar las desigualdades entre países. Resolver esta desigualdad lo consideran como uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. No mencionan los grandes volúmenes de plata y oro que fueron extraídos (y se sigue extrayendo) de América Latina por los españoles y que acabaron en las arcas holandesas, francesas e inglesas, financiando el crecimiento de la industria en esos países. La pobreza extrema en África es hoy en día una terrible realidad.
Sin embargo, no abordan para nada la desigualdad al interior de cada país. En los años a partir de la pandemia del Covid, los superricos han incrementado notablemente su riqueza y la pobreza se ha ampliado. Para investigadores como Piketty el mecanismo de la herencia (una “institución”) explica que las grandes fortunas de la actualidad tienen su origen en los siglos pasados: son unas cuantas y las mismas familias.