marzo 31, 2023 12:22 pm
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EL COMENTARIO DEL DÍA

¿Qué defendemos?
 
Por: Leopoldo Espinosa Benavides
 
Pedro Fernández era un hacendado y comerciante que en el año de 1832 sorprendió a indios limpanes destazando una de sus reses en Pesquería Grande -hoy municipio de García- y con sus armas los echó en corrida rescatando una parte de la carne del animal.
 
Al día siguiente aparecieron en su solar unas flechas con punta (las flechas sin punta eran invitación a una fiesta y las flechas con punta, al ataque).
 
Fernández avisó a las autoridades locales pero no tenían forma de ayudarle, por lo que envió su solicitud a Monterrey. El gobernador Joaquín García respondió que las tropas del estado habían salido a la guerra con Texas y tampoco tenía efectivos para apoyarlo.
 
El mensajero que llevaba la respuesta fue atacado por los limpanes, así que Fernández mejor sacó a su familia quedándose a defender la propiedad, sólo acompañado de su hijo mayor (llamado también Pedro Fernández) y dos de sus sirvientes.
 
Tras un sanguinario ataque en un par de días los aborígenes quemaron la casona, mataron a los ocupantes y se llevaron el ganado.
 
Esto no fue un hecho aislado, pues en todo el noreste mexicano -Tamaulipas, separado de Las Provincias de Oriente en 1823, y en el estado de Coahuila y Texas (1824 – 1848), sucedían hechos semejantes.
 
Ciento setenta y ocho años después, en noviembre de 2010, el allendense Alejo Garza Tamez, empresario nuevoleonés propietario de Maderera El Salto, murió en su rancho San José, a 15 kilómetros de la capital tamaulipeca Ciudad Victoria, enfrentando también a un grupo de asalto pero ya no de lipanes, sino de delincuentes a los que los mantuvo a raya hasta que fue abatido aunque se llevó por delante a varios asaltantes.
 
La Marina-Armada de México reportó que dentro de la casona del rancho -semidestrozada a balazos y explosiones de granadas- encontró el cuerpo del empresario con dos armas a su lado y en el exterior había varios cadáveres y dos sujetos más heridos e inconscientes.
 
Los cartuchos percutidos y el penetrante olor a pólvora evidenciaban la fiereza de quien defendió su propiedad colocando armas en todas las puertas y ventanas.
 
Ahora parecen inocentes bebés aquellas fieras tribus de indios que habitaban la región, pues en el fondo su leitmotiv eran los derechos sobre las tierras colonizadas por los europeos, mientras que los actuales delincuentes sólo buscan hacerse de riquezas ajenas.
 
Los grupos de delincuentes organizados ya no son tribus, sino carteles sin más límite que el poder de sus armas.
 
Esto nos lleva a concluir que a los Alejos de hoy, como a los Pedros de ayer, nadie los defiende porque el Ejército Mexicano, única institución con fuerza capaz de derrotar a estos delincuentes, antes andaba luchando contra extranjeros y ahora está ocupado en labores que siempre habían sido civiles, como construir y administrar obras y entidades públicas.
 
Las anteriores batallas eran a sangre y fuego, mientras las de ahora son en base a la tinta de los periódicos y de los billetes.
 
Debemos seguir defendiéndonos solitos, y Dios quiera que no tengamos la necesidad de defendernos de potencias extranjeras como ahora hacen los ucranianos, porque nuestros militares andan ocupados en otros menesteres y, como dijo en el siglo XIX el gobernador Joaquín García, no habrá efectivos para apoyarnos.
 
Si no defendemos nuestro patrimonio familiar, ni el patrimonio estatal, seguiremos inermes ante cualquier invasor, ante cualquier malhechor y ante cualquier agresor del Palacio de Gobierno.
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