mayo 19, 2025 9:10 pm
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EL CASO DE LA LLAMADA DEL SARGENTO GONZÁLEZ

EL CASO DE LA LLAMADA DEL SARGENTO GONZÁLEZ

Crónicas de un reportero policíaco

Por: Rene Martínez

Estas letras son para contar historias que pasaron en realidad, no para perjudicar gente y por esta razón aquí no será mencionado el nombre real del verdadero protagonista a quien se referirá la historia por el ficticio nombre de: «El Sargento González» pues no tiene caso alguno citar el nombre del personaje verdadero.

Cuando yo lo conocí formaba parte de una de las tres secciones de Seguridad Pública del Estado y ya contaba con más de veinticinco años de pertenecer a la corporación.

Pero, era el único patrullero al que le proporcionaban vehículo para realizar su trabajo aunque no le asignaban compañero, lo cual me llamaba mucho la atención, más nunca pregunté la razón para esto.

No tardaría mucho en darme cuenta.

Tenía un carácter muy agrio, casi insoportable y su manera de conversar era bastante desagradable y a cualquier frase que escuchaba surgía un comentario despectivo.

No era grosero, no insultaba a nadie, pero su presencia irradiaba tal malestar que todos preferían alejarse de su persona de inmediato.

Por sus años de militancia en la corporación tenía ciertos privilegios, como el ser asignado a la vigilancia de la zona centro de monterrey, patrullaje que realizaba solo y de manera competente sin incurrir en falla alguna en el servicio, y cumplía estrictamente con su asignación cada turno.

A su llegada a cumplir el con turno asignado lucía el uniforme de manera impecable, limpio y bien planchado y a la hora que era la adecuada regresaba al frente de la corporación a entregar la patrulla que le había sido asignada.

Yo podría decir que era un policía que cumplía cabalmente con su trabajo, de manera rutinaria, y que no incurría en falta alguna al reglamento por el que se regían.

Y, sin embargo, su agrio carácter le causaba una soledad total, pues no era invitado a las reuniones que, fuera de turno, organizaban sus compañeros de trabajo.

Nunca supe que tuviera familiar alguno, o que se hubiera casado o tuviera hijos, y por mi parte intuía que se trataba de un hombre que vivía solo y había encontrado en las filas de la policía estatal una manera de vivir a la que llevaba años apegado al máximo.

Al salir del turno, abordaba un vehículo de su propiedad y sin despedirse de nadie lo ponía en marcha y procedía a alejarse del edificio de la corporación.

Yo tampoco convivía con él y ocasionalmente el comandante de sección, tan solo por molestarlo, le ordenaba que me llevara al centro de la ciudad, lo que me parecía que hacía tan solo para molestarlo pues podía ver su gesto de incomodidad al recibir la orden y en silencio me conducía a donde yo necesitaba.

Lo vi durante varios años hacer en silencio su rutina de trabajo y ocasionalmente lo saludaba, a lo cual no contestaba más que con un agrio gesto o un ademán silencioso.

Un día dejé de verlo.

Ya no se presentó como a diario solía hacerlo, pero nadie preguntó por la razón de su ausencia en las filas de la policía estatal, y por mi parte ni siquiera me di cuenta del momento en que dejó de acudir a cumplir con su trabajo.

Fueron varios meses de no tener noticia del sargento González. a quien nadie de sus compañeros extrañaba.

Pero de repente, cuando ya estaba en la redacción del periódico, escribiendo las notas del día, la compañera que manejaba el conmutador telefónico me pasó una llamada.

Era el sargento González, quería hablar conmigo, cosa que me pareció sumamente extraña y me relató esta historia: Ya estaba jubilado desde hace tiempo, por eso no lo veíamos en las filas de la policía.

Y como yo suponía, no tenía familiar alguno y le fue asignada una módica pensión por sus años de servicio.

Más o menos esas fueron sus palabras: «mi cuerpo ya no me ayuda, batallo para caminar y no tengo quien me haga compañía y vivo en soledad, nadie de los compañeros me visita, pero tú por favor ven a verme, ayúdame no tengo a nadie que me apoye».

A continuación, me proporcionó un domicilio cercano al centro de la ciudad y colgó.

Su voz sonaba llena de una extraña desesperación e impotencia y por mi parte anoté cuidadosamente el domicilio que me había indicado y esperé a terminar mi trabajo para dirigirme a buscarlo.

Entonces recordé su frialdad, sus burlas a todos, la manera despectiva en que contestaba cualquier palabra que se le dirigía, pero yo había tomado la determinación de buscarlo.

Llegó la hora de salida y busqué un taxi para ir a buscarlo y tras abordarlo, el chofer diligentemente me llevó a la casa en referencia, pero ésta se encontraba vacía.

Inquieto y desconcertado empecé a preguntar a los vecinos del domicilio quienes me contaron la misma historia: El sargento había vivido muchos años en esa casa que era de renta, pero tenía varios meses que se cambió a otra, luego que se jubiló y nadie sabía su domicilio actual.

Regresé a la corporación al departamento de personal para ver si obtenía más datos, pero ellos tenían el mismo domicilio que ya había abandonado meses atrás.

Desistí de buscarlo por el momento, esperaba que volviera a llamarme para pedirle que me corrigiera la dirección y de alguna manera proceder a darle ayuda, pensando que tal vez por costumbre me había dado el domicilio anterior sin darse cuenta.

Pero el sargento nunca volvió a llamar.

Nadie supo decirme donde vivía. Y me quedé con muchas dudas. ¿Por qué me buscó a mí en lugar de a sus compañeros?, ¿Qué esperaba que yo pudiera hacer? Y la principal, ¿Cuál sería su suerte?. Pero no había nadie a quien acudir para resolver estas interrogantes.

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