EL CASO DE LA FALSA ACUSACIÓN CONTRA EL OFICIAL TELLEZ
Crónicas de un reportero policiaco
Por: Rene Martínez
El oficial de apellido Téllez Márquez tenía poco tiempo de pertenecer a la policía municipal cuando lo conocí.
No era de muchas amistades, entre los policías, sino todo lo contrario, callado, no era afecto a las conversaciones con sus compañeros de la corporación, ni era invitado a las reuniones que periódicamente hacían los policías cuando se hallaban fuera de servicio.
Poco a poco me fui enterando de su forma de vivir. Era soltero, sin familia en la ciudad ni el Estado, y vivía solo en una pequeña casa de madera de dos cuartos, una recámara para dormir y el otro para la regadera y el sanitario, según supe, y el lugar era rentado no muy lejos del edificio que era el cuartel de la policía.
Se presentaba a laborar con el uniforme completo e impecable y mostrando mucha más disciplina que sus compañeros de trabajo.
De piel muy morena y sus rasgos evidenciaban su origen, muy probable del sur del país, según pensé cuando lo vi por primera vez.
Como había policías con más antigüedad que Téllez Márquez en la corporación, le eran asignadas las tareas más rutinarias y más enfadosas por ser considerado de los «nuevos» y tener que hacer antigüedad y méritos ante en la corporación.
Así, mientras que otros eran asignados a la vigilancia de edificios públicos o custodias, de personalidades y patrullajes por la ciudad, al hombre lo dejaban hasta cuidando el portón de acceso para vehículos al patio de la corporación, para evitar que personas ajenas al cuerpo de policía lo utilizaran.
Le era confiada una pist0l4 r3vólv3r oficial calibre .38 y una esc0pet4 calibre 12 para realizar su trabajo la que entregaba a la armería al terminar su horario de trabajo.
Pronto entendí por qué le confiaban el portón de acceso. Se recargaba la culata de la esc0pet4 sobre la cintura y con la vista al frente permanecía todo el turno casi como una estatua inmóvil.
Así permanecía hasta que era relevado de su puesto, a veces, tras cuatro horas de permanecer en el lugar para darle descanso y otro oficial realizaba la labor, al igual que en las horas de comida, pero invariablemente regresaba a su puesto.
Frente al patio del estacionamiento de patrullas había una puerta que conducía directamente a la barandilla de la corporación, lo cual facilitaba que los oficiales pudieran aproximar los vehículos para internar a las personas detenidas y llevarlas ante el juez calificador.
Junto a la puerta, estaba una banca de madera en la que me gustaba sentarme mientras realizaba mi trabajo de espera a que hubiera algo importante o que fuera noticia para reseñarlo.
Dicha banca no se encontraba a mucha distancia de la puerta principal, así que cuando Téllez Márquez era relevado y para no alejarse mucho de su puesto le daba por sentarse junto a mí y así nació nuestra amistad.
Me platicó que era de Oaxaca y se había alistado en el ejército durante varios años y al ser asignada su plaza al personal de Nuevo León y conocer Monterrey y su área metropolitana, le gustó la ciudad para vivir.
Cuando terminaron sus años de servicio en el ejército, buscó trabajo en la policía municipal y lo admitieron por la preparación que había recibido durante su tiempo como militar.
En aquellos años, década de los noventas, había una gran extensión de terreno cubierta de matorrales a la altura de la colonia Olímpica en Ciudad Guadalupe.
Para evitar la reunión de maleantes en el lugar, y a petición de los vecinos, fue instalada una caseta de policía en uno de los lados del baldío, el que colindaba con la colonia.
De esta manera era asignado a permanecer en la caseta un oficial de policía, dotado con equipo de radiocomunicación para solicitar más oficiales en caso de ser necesario o realizar cualquier tipo de reporte de emergencia.
Ahí también era asignado el oficial Téllez frecuentemente.
Una tarde, un disparo resonó en el área, el cual impactó en la ventanilla de un camión urbano que pasaba por el lugar y mató a uno de los pasajeros.
El hecho se supo rápido y agentes de la entonces Policía Judicial Del Estado acudieron al lugar para hacer las investigaciones y las versiones de testigos.
Varias personas fueron llevadas al edificio de la Judicial para ser interrogadas entre ellos el oficial Téllez Márquez. por su proximidad a los hechos.
Tras declarar todos fue puesto en libertad al igual que los testigos.
Posteriormente el comandante de la policía investigadora asignado al municipio, Jesús Marín, informó a los medios que el presunto responsable del fatal disparo era el oficial Téllez Márquez.
No era la primera vez que el comandante Raúl Marín señalaba a policías municipales de la comisión de algún delito, parecía tenerles algún tipo de fobia a pesar de haber iniciado su carrera como oficial de tránsito Municipal en el mismo lugar.
Cuando los agentes trataron de localizarlo en su casa no pudieron encontrarlo.
El comandante tuvo que declarar ante los medios de comunicación que había una búsqueda del oficial para que compareciera por el disparo y la muerte del pasajero del urbano.
Pasó una semana, nadie podía localizarlo.
No estaba en su casa, ni en los restaurantes que solía visitar con frecuencia, ya que no tomaba.
Un Domingo por la mañana tocaron a la puerta de mi casa. Era Téllez Márquez, quería hablar conmigo. Y lo pasé a la sala, mientras servía dos tazas de café.
Se expresó más menos con estas palabras. «Tú eres periodista, pero a pesar de eso eres el único amigo que tengo en la ciudad y con quien compartí pláticas mientras cenábamos, sé que me hacen aparecer como un prófugo. Te diré la verdad, yo nunca disparé, el arma que traía a cargo fue devuelta ese día a la armería con todas sus balas, pero sé que voy a ser inculpado de cualquiera manera y despojado de mi puesto de policía. ¡Yo no fui! Pero no quiero molestarte vine porque te tengo confianza y te diré que voy a hacer. No me entregaré. Antes de ser soldado soy nativo de mi tribu. Yo conozco la Sierra Madre y sé vivir de ella.
Saliendo de la casa subiré al primer cerro que encuentre, voy a caminar por los cerros rumbo al sur, hasta llegar con mi gente, a mi casa. Solo vine a despedirme de ti, No me volverás a ver».
Nos estrechamos la mano a manera de despedida, agradeció la taza de café y salió de mi casa caminando mientras yo veía fijamente a cantimplora que colgaba de su cinto al mismo tiempo que su figura se alejaba,
Y nunca más volví a verlo.